El otro día, me di cuenta que cada vez
que me pasa algo importante ya sea malo o bueno ordeno o cambio el
armario o el corcho (un cuadro para colgar fotos o papeles). Me
pareció sencillo como cambio las fotos, las dedicatorias
importantes, quizá es que dejaron de serlo. Pero hay cosas que no
cambian, que se mantienen, y al igual que el corcho se mantienen
sujetas a mi vida. Eso es lo que de verdad debo cuidar, lo que quiero
que este conmigo siempre. Hay entradas de cine, etiquetas de ropa,
fotos, el viaje a Oviedo, el carnet del insti, la pegatina del pueblo
de Judi... Son un montón de cosas que son importantes y que quiero
que sigan siéndolo. A veces me pasa que quiero huir y escapar de
todo, como pensar que si cierro los ojos, todo va a desaparecer,
absolutamente todo. Pero sinceramente, no sabría que hacer sin las
personas que quiero, y quiero disfrutarlas al máximo, por que se van
cuando menos te lo esperas. A veces me gustaría volver atrás y
aprovechar cada minuto, cada segundo con esas personas. Soy egoísta.
Mucho. Y caprichosa. Y esto que es lo que deseo por más que nada en
el mundo, no lo puedo tener. Pero eh, que no es día de una entrada
triste.
Supongo que en la vida hay cosas
fáciles que no aburren y cosas difíciles que nos hacen desearlas
aún más. Y no sé por qué siempre queremos esas difíciles, esas
que nos cuestan o que quizá nos duelen. ¿Será por que al saber qué
nos ha costado más, el sabor del chocolate será más dulce? ¿O por
qué preferimos que no todo sea color de rosa? Supongo que dependerá
de que color sean las gafas que te pongas o el sol que haga ese día.
Pero también creo que nos gustan las cosas difíciles pero no
imposibles. Los imposibles e inalcanzables nos gustan en libros o
películas, donde la ficción puede crear la ilusión de que oh vaya,
lo imposible se ha hecho, lo inalcanzable se ha conseguido. Pero en
la vida real no pedimos tanto, quizá que nos quieran o nos
consienten, que nos tengan en cuenta. Y es que pedir un poco de amor
no es malo. Lo peor viene cuando lo ruegas, cuando lo mendigas.
Quería madurar un poco, aprender de
los errores que cometo, pero no sé que hacer contigo. No sé como te
mantengo la mirada y no huyo cuando estamos en la mismo sitio. No sé
si esperas que te ignore, por que cuando lo hago parece que te sienta
mal. Que me miras como esperando que te salude y con un hola se
resuelven los problemas. Sabes que podría ser así. Pero cuando
busco una respuesta de ¿vamos a arreglarlo? Tú nunca contestas,
desapareces. Entonces es cuando yo me contesto que algún día todo
volverá a la normalidad. Gilipollez humana. Yo no me trago mi
orgullo y tú, bueno, rezumas a él.
Sinceramente, sé que lo mejor es decir
que paso, que todo se ha superado y que nuestra amistad es de las que
han marcado lo que soy ahora. Pero justamente por lo que soy ahora,
sé que te necesito a mi lado, que necesito arreglarlo. Pero no puedo
decir que el tiempo lo arreglará cuando ni tú ni yo ponemos de
nuestra parte. El tiempo no es mago. Supongo que tengo miedo a que
reúna el valor de ir a hablar contigo cara a cara, se acabó los
mensajes por donde sea, y que tú ni siquiera reacciones, que no te
importe. Saber que estás ahí pase lo que pase, es reconfortante
pero no suficiente. Creo que a pesar de lo importante que eres para
mí, necesito una garantía de que saldrá un poquito bien.
Sabes que prefiero una guerra contigo, que un invierno sin ti.
Laters, pequeños saltamontes.
S